ESCENA 24. Los cuarenta ladrones.

Papá y mamá nunca comían bollo de castañas. Y se juntaban mucho bajo las sábanas para caldear las carnes que el postre no les hubo avivado (>Esc 12).
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Papá nunca dejó que jugáramos a las cartas. Aseguraba que el azar suponía negar que Dios nos hubo predestinado a andar un camino ya fijado. Decía que sólo se entretenían con el pasatiempos aquellos que se dejaban guiar por los vicios y se les reconocía porque las manos se les cuarteaban como monda de demonio. En casa no jugamos a las cartas, por lo menos, hasta que papá asumió el libre albedrío.
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Mamá no pensaba de la misma forma, pero tampoco le contradecía. Esperaba que papá saliera a trabajar al campo y en la clandestinidad de la mañana, recortaba unos trocitos de cartón y sobre ellos dibujaba con un lapicero de carpintería una baraja, donde los oros simulaban soles, las copas corolas de flores, las espadas más parecían dallos y los bastos, troncos de robles. Con aquel inocente mazo aprendimos a jugar al tute, a la brisca y al mus. Ana dominó las destrezas más rápido que yo y siempre me ganaba. Yo refunfuñaba y mamá, cuando Ana se iba al colegio, jugaba partidas conmigo que siempre perdía. Apenas sabía seguir los palos, pero ya para entonces, la fortuna me hubo enredado en su telaraña.
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Un día, papá regresó antes de tiempo y nos encontró apostando garbanzos. Confiscó la baraja de cartón y la troceó en mil pedazos. Nos castigó a la cama sin cenar y tuvimos que rezar más oraciones que de costumbre. En silencio, y temiendo por nuestra alma perdida, espiamos que papá y mamá discutían en su habitación. Luego se callaron y sumidos en la batahola, permanecieron sin dirigirse palabra hasta el domingo.
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Después de misa, en espera de la comida, papá nos entregó una cajita envuelta en papel de estraza. Yo quería abrirla, pero Ana fue más rápida. Papá nos regaló un juego de cartas pías, ilustradas con motivos religiosos. Nos convenció de que las 40 cartas simbolizaban los 40 días de la cuaresma, los 40 días de ayuno de Jesús, los 40 días de retiro de Moisés, los 40 días de duración del Diluvio Universal y los 40 años de marcha del pueblo judío en busca de la Tierra Prometida. Ana añadió de su cosecha que también simbolizaban a los 40 ladrones de Alí Babá. Papá sonrió y permisivo, nos autorizó a jugar con mamá una partida de cartas los festivos después de dormir la siesta y de rezar el rosario. Con su beneplácito pero sin su compañía, porque papá nunca sujetó un sólo naipe en sus manos.

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- Te doy gracias Dios mío, por los beneficios que en este día que acaba me has concedido. Te pido perdón por todas las faltas cometidas y me pesa, de corazón, haberte ofendido. Propongo firmemente nunca más pecar.
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A cambio, te ruego que si en el Cielo os entretenéis de vez en cuando con unas manitas, intercede para que mamá juegue de compañera de partida de papá.
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En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
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Amén.