VIDA DEL ERMITAÑO BORON. -Parte 3-

----- (Continuación de la parte 2) -----

- Sabed todos que Marcelo fue parido en Carcassona, tierra de cátaros que se denominan “puros y perfectos”. Reniega del “consolamentum” y abraza nuestro bautismo.
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- Tú, ermitaño que llaman Borón, tu eres el apóstata. -Levantó aun más la voz el fraile acusado. ¡Tú lo eres!
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- ¿Acaso miento si digo que los que se proclaman “puros y perfectos” no comen carne, chicha, ni magra de animal de matanza por que creen en la “metempsicosis”? ¿Acaso no os abstenéis, porque vuestro criterio equívoco presume que los muertos se reencarnan en cuerpos de alimañas?
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- El hermano Francisco amaba a los animales y yo ...
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- ... no interpongas en tu defensa al santo de Asís. ¿Acaso miento si digo que os burláis de la Cruz donde murió Jesús? Muestra a los presentes la imagen que cuelga de tu pecho y que ellos juzguen. ¿Por qué tu Cristo no porta la Cruz de su calvario? ¡Humíllate ante El y Su sufrimiento! ¡Adora al Cristo Crucificado!
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- ¡Jamás! ¡Nadie venera el patíbulo donde se mata al padre!
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- ¿Detestas la “lignum crucis”?
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- Abomino del madero porque ahí padeció mi dueño.
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- Sed testigos todos los aquí reunidos. Marcelo de Carcassona es hereje, de los llamados cátaros. Marcelo de Carcassona abjura del Cristo Crucificado. Y a ti, fraile impostado que vistes el hábito del santo Francisco, te acuso de practicar el “melioramentum” y de aborrecer nuestros sacramentos. Y si esto que afirmo así se demuestra, que te hinchen de agua y pez y te amarren las tripas y luego te las suelten, y luego expulses el demonio por la orina y por el de vientre. Y en precaución te costuren la boca y los otros orificios para que nunca más penetre la irreverencia en tu cuerpo. Y que te quemen en plaza pública y así tu alma se limpie y luzca incólume Y si resultares inocente, que la fe te fortifique y soportes el tormento. He aquí Su voluntad. Y en perpetuo reconocimiento de tu enmienda, te impongo en el nombre de Dios, que postres las rodillas ante la Cruz del Hijo, y también esto otro exijo, que como prueba de vasallaje al Todopoderoso, a ti, Marcelo de Carcassona, te ordeno en el nombre del Magnánimo, que sometas en señal de pleitesía el Cristo apostata que llevas colgado en tu torso y así y por siempre sea tutelado y custodiado en esta capilla. Y a todos los presentes, este mandamiento os digo: que prediquéis lo visto en el ancho mundo cristiano. Esta es la voluntad infinita del Señor y así se cumpla
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- ¡Tú no eres el emisario de Dios! ¡Perecerás encadenado a tus propias mentiras!
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- ¡Retráctate ante Dios!
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- Dios no habla a través de tu boca infame.
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- Cumple mi deseo que es el del Padre.
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- No acato tus mentiras.
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Se abalanzó unos pasos hacia el ermitaño Borón y de entre los costados surgieron Lamberto de Bearn y el obispo Vidal Cañellas de Huesca, que le trabarón y le postraron.
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- ¡Hincadle al Señor! Descosedle el sayo, desprendedle la talla del Cristo sin Cruz , ... , y encerradlo en los calabozos.
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El obispo Vidal Cañellas de Huesca se adelantó y con una pequeña daga le cortó el cordel que sujetaba la imagen apóstata de Cristo. Otros más le rompieron las junturas del hábito y se lo sacaron por la cabeza. Le dejaron desnudo y así le condujeron por entre el gentío y le llevaron a la mazmorra.
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- Hágase tu voluntad, mi Dios. -Concluyó el superior Atanasio.
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- A vos, abad Atanasio os lo entrego y os exijo que prometáis en público que vos seréis mi albacea y que cumpliréis todo aquello que os pida con mi voz, o a través de mensajero, con mi letra. ¡Jurad por el Altísimo que así habréis de comportaros!
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Mostró la Biblia de celebración y la sostuvo estática a los ojos del superior Atanasio. Este la miró conturbado, releyó la portada, -Verbum Dei-, y prometió solemnemente sobre ella.
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- Juro y en ello prendo mi salvación.
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- Ocurra como decís, abad Atanasio. -Atemperó momentáneamente su ira y se dirigió al pueblo llano-. Humildes de Borondón, vecinos que me acogisteis con gratitud. No hagáis jamás aquello que enoja a nuestro Dios o nuestro Dios se enojará con vosotros. Sois mil veces mejores que vuestros opresores, pero hasta el más integro de los plebeyos se deja corromper por las regalías de los gobernantes. Y si os pervertís, y si olvidáis los consejos morales que os di, volveré montado sobre el caballo amarillo del Apocalipsis. -El asceta se dio media vuelta, elevó los brazos y contemplando al Cristo le bendijo-. Hágase Tu voluntad. Yo, tu siervo Borón, realizada la misión que me encomendaste a Ti me entrego y a Tu santa evocación. ¡Sin Ti, soy la nada y hacia Ti regreso! Guárdame un lugar a Tu diestra. Soy tu siervo y como hijo de Tu gracia, me someto, Señor.
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Tronó un último estruendo, el más potente de todos cuantos se oyeron y emanó nuevamente un humo denso, como de ceniza. El ermitaño desapareció, su cuerpo se transformo en aire. El sayo, sin cuerpo terreno dentro, cayó al suelo y todos esperaron a que la nube se desvaneciera y cuando de nuevo la estancia rebosó de claridad y se encendieron las antorchas, no volvieron a verle, y los creyentes que eran todos, recogieron la prenda vacía y la custodiaron.
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Los hechos circularon por la tenencia, y luego por el reino de Aragón y por el condado de Cataluña, y luego trasvasó a Castilla y a León y a Navarra. En el año 1238, el obispo de Huesca Vidal Cañellas compendió los testimonios en el códice Ruego de beatificación del virtuoso Borón, y lo reenvió al papa Gregorio IX. Éste los estudió y mandó llamar a muchos que fueron testigos aquella jornada del 26 de mayo, altas dignidades y siervos contaron aquello que vieron. Y todo lo expuesto se puso a disposición de los eruditos y éstos lo calificaron como suceso sobrehumano. Aun así, el Pontífice no quiso aventurarse y dado que el ermitaño profetizó cosas que habrían de pasar en el futuro, con buen juicio prefirió dejar que trascurriera el tiempo por ver si los augurios del asceta Borón se desarrollaban tal como los predijera. Y en ello, devolvió toda la causa al obispo de Huesca Vidal Cañellas y le hizo comprender la conveniencia de aguardar el tiempo preciso de corroboración, esto fue, cuarenta y dos años
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El rey Jaime I aún vivió 39 años, y conquistó muchas plazas al moro. Tomó Valencia y Alcira y Játiva y Biar, y el reino de Murcia. Embarcó como cruzado y peregrinó a Tierra Santa, pero, como vaticinara el ermitaño Borón, “nunca jamás fue coronado solemnemente por pontífice alguno. Y así la admonición se cumplió. Gregorio IX le denegó la consagración. Y como adelantara el anacoreta, también se lo negaron los nueve contiguos sucesores: Celestino IV, Inocencio IV, Alejandro IV, Urbano IV, Clemente IV, Juan XX, Gregorio X, Inocencio V y Adriano V”. Jaime I, excelente rey y casi pagano, murió en el año de 1276 y su alma subió al Paraíso de las Majestades.
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Lamberto de Bearn anduvo errante, y se sabe que “estuvo en Bearn y en Bigorre, y de allí se trasladó a Foix y a Tolosa, y en Montpellier se enteró que el sultán de Egipto hubo saqueado Jerusalén y se alistó a la sexta Cruzada enrolado en las filas de Luis IX de Francia. Partieron de Aigües Mortes y desembarcaron en Damietta y combatió con bravura y temperamento. Sobrevivió a la derrota y costeó el Mare Nostrum hasta San Juan de Acre y allí fue atravesado por lanza morisca, y murió en las letrinas, ensartado y su cabeza fue picoteada por los cuervos y las aves rapaces, que pareciera que Dios en mofa le deparó igual martirio que él produjo antaño. Cuando los caballeros del Temple rescataron sus restos le encontraron prendida del cuello una tablilla de madera donde hubo raspado una raya por cada sarraceno abatido con su espada, y así los templarios contaron sesenta y cuatro muescas, cantidad insuficiente para vencer la penitencia que el eremita Borón le impuso. Murió sin dejar herederos. Su mujer Catalina de Bigorre se quedó preñada en cuatro ocasiones y ninguna alumbró. Los cuajarones se le resbalaron por la vulva antes del tercer mes, y con el último, expiró ella también, la barriga colgando y la simiente chorreando por los muslos”.
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Marcelo de Carcassona fue juzgado por el dominico Atanasio, abad del cenobio de Acevedo auxiliado por otros dos coadjutores: Pierre Seila, Primer Inquisidor General y el dominico Guillaume Arnaud. En el proceso, y tras el tormento, “reconoció profesar la herejía de los cátaros. Confesó que sus padres y toda su familia fueron masacrados por las tropas del legado de Inocencio III, Arnaut Amalric en la toma de Beziers, y que él se unió a la causa albigense en la batalla de Muret, donde pereció el ilustre Pedro II de Aragón, padre de Jaime I. Se ordenó en el concilio cátaro de Pieusse, por Pierre Isarn, obispo maniqueo de Carcassona que murió quemado en Causes en el año de 1226. Delató que otras familias occitanas, los Fanjeaux, los Laurac, los Mirepoix, los Durban, también administraban el sacramento de los cátaros, “el consolamentum”, y que él, y todos los nombrados y muchos más que enumeró, eran apóstatas y practicaban “la endura”. Detalló cómo ultrajaban capillas y rompían crucifijos, y como se entretenían descolgando al Cristo de la Cruz y vistiéndolo con cotas y mallas y atravesándolo por su centro todo lo largo con una tranca a modo de eje, lo utilizaban como estafermo, para recibir los golpes de los soldados cátaros en solaz de armas. Probada su culpabilidad, el fraile Marcelo, terminó rebosado de agua y pez y atadas sus tripas, y luego se las abrieron y escapó el demonio y su irreverencia en orina y de vientre. Y luego le costuraron la boca y la nariz, y también los ojos y las orejas le fueron sajadas y cegadas a fuego, y también hilvanados fueron los traseros para que la perfidia no irrumpiera de nuevo en su cuerpo. Y murió socarrado en plaza pública y lapidado por todos. Y antes de descender al infierno, se jactó de puro.” Su proceso se tuvo como ejemplo, y se redactaron sus muchas conclusiones obtenidas y se incluyeron en La práctica del Inquisidor, manual manuscrito años después por el celebérrimo dominico, Bernardo Güi.
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El abad Atanasio falleció después del juicio, y en clamor de veneración por la comarca. El monasterio de Acevedo ardió preso de un incendio durante el adviento del mismo año de 1237, que “algunos especularon que lo provocó con intención el maléfico demonio, irritado por el pleito que el superior hubo abogado contra uno de su estirpe”. Cuando los hermanos apagaron el fuego, “hallaron al prelado Atanasio atado a una columna de la capilla del monasterio de Acevedo”. Según dijeron compungidos los desconsolados monjes, “el abad prefirió morir junto a la talla del Señor para protegerla del diablo”. Cornel de Ahones, muy apesadumbrado por tamaña tragedia, mandó reedificar la parte destruida del cenobio, y también engrandecerlo y concederle fueros, y esculpir un sepulcro digno al dominico que tan bien hubo servido a la voluntad de Dios.
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Cornel de Ahones gobernó la tenencia hasta su muerte. En compensación por los acontecimientos, “obtuvo del rey Jaime I el derecho de acuñar moneda y la ventaja de quebrarla”, esto significa, rebajar la cantidad de metal manteniendo el mismo valor nominal. Engrandeció su fortuna con casamiento de provecho en el año de 1251 con Petronila Bonifaz, hija del noble Ramón Bonifaz de Burgos, que sirvió a Fernando III de León y de Castilla y a Alfonso X de Castilla, que también pactó matrimonio y dote con hembra aragonesa, Violante, hija de Jaime I y de Violante de Hungría. Cornel de Ahones engendró herederos y se distinguió como impecable señor y comedido vasallo del rey Jaime I. Consiguió para Borondón paso de rutas y privilegio de mercado. Despunto como “devoto del ermitaño Borón y a éste dispuso reconstruirle la capilla y advocársela a su nombre”. Ordenó que le erigieran una tumba de piedra allí donde hubo sucedido el prodigio, e introdujo el sayo y lo celó como reliquia. Y custodió de por vida el yelmo de Jaime I, la daga de Lamberto de Bearn y la imagen del Cristo apóstata del franciscano Marcelo de Carcassona. Fue muy tenido en consideración por Alfonso X de Castilla que le mostró agradecimientos muy notorios. Murió en extrañas circunstancias en el año de 1262, “ahogado en un pozo de estiércol en el exterior de una mancebía. Le habían cortado la lengua y las orejas. Sobre su pecho y trazado con punta de puñal, el asesino dibujó la figura de una alimaña alada, tal que lo perpetrara la bestia del Apocalipsis con sus garras”. Otra vez y por todos se sospechó que el mismísimo Satanás se vengaba de quien en su cara de azufre le hubo agraviado.
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El ermitaño Borón fue buscado por las minas de Argentón, y por las cuevas del roquedal, y por otros parajes. Nunca más se le localizó, ni por el municipio, ni por el alfoz, y se aceptó que “su cuerpo y su alma aventaron con Dios, como un segundo Elías”.
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De nuevo los hechos milagrosos fueron compilados ante Nicolás III en el año 1278 en el códice Acta del ermitaño Borón, redactado por obispo de Huesca Jaume Sarroca. Al ermitaño Borón se le declaró beato en el año 1279, una vez comprobado y confirmado que todo lo que predijera, aconteció.


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Con el trascurrir del tiempo se describieron otros prodigios reconocidos a la invocación del ermitaño que fueron postulados en Perpetuo del Beato Borón, escrito del año 1645 del obispo de Jaca, Mauro de Villarroel. En su memoria y en su nuevo patrocinio ante Inocencio X, se probaron decenas de curaciones milagrosas atribuidas al beato y otros tantos mandatos a los elementos de la naturaleza. Y también fueron constatados dos casos de resurrecciones de fetos nacidos muertos y que por su intercesión, vivieron. Y otros muchos asombros fueron presentados en su causa de santidad, tantos que llenaron dos volúmenes y más de trescientas páginas a su favor. Desfilaron más de cincuenta testigos que avalaron los milagros posteriores del beato. El pontífice Inocencio X, tras la perentoria meditación, y consulta a muchos entendidos en taumaturgia tuvo a bien canonizarlo ceremoniosamente.
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- Así sea creído en toda la cristiandad ad perpetuam rei memorian. Y así lo anuncio públicamente en este día décimo del mes de febrero de mil seiscientos cuarenta y seis. Yo, Inocencio X pontífice, siervo de los siervos de Dios y Vicario de Cristo en la Tierra, en el nombre de la santa e indivisa Trinidad, para incremento de la fe católica y la promoción de la vida cristiana, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los apóstoles Pedro y Pablo y de la Nuestra propia, tras la pertinente previa ponderación y reflexión, y consulta a muchos de nuestros hermanos, nos declaramos y definimos que el ermitaño Borón es santo. Y, en ello, lo inscribimos en el registro de los santos con la conveniente devoción, y que su día de patronazgo fuere el veintiséis de mayo, aquel que Dios le acogió en su seno. En el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Inocencio X, exequator.
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Nota de Ramón de Guissóns:
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Extractado literalmente de Perpetuo del beato Borón, postulación del año 1645 del obispo de Jaca, Mauro de Villorreal. Según la fuente, los párrafos escritos en cursiva corresponden a fragmentos textuales del desaparecido original, Acta del ermitaño Borón, compendio del año 1278 del obispo de Huesca Jaume Sarroca,