ESCENA 28. El perfecto anfitrión

Inauguró nuestra camaradería allá donde debiera acampar mi ingratitud. Abrió la cajita de puros lenta y parsimoniosamente, extrajo uno, lo olió elegantemente en toda su largura mientras lo giraba y me aclaraba, con un delicado gesto de asentimiento, que la comunión con el tabaco ya se hubo producido.
.
- ¿Un puro, Carmelo?
.
- ¡Sí! -Dejé que los mecanismos que me gobiernan respondieran en mi nombre- ¡Mejor, no¡ -La obediencia ganó la lucha contra la apetencia-. Se lo agradezco Ventura, pero no me conviene (>Esc 26).
.
- ¿Una copa? –Negué por segunda vez - Yo me tomaré una. -Ladeó hacia un mueblecito bar-. Si lo desea, sírvase usted mismo, Carmelo.
.
Me acerqué distraídamente a la biblioteca. Ocupaba todo el ancho de la pared norte del salón, un rectángulo regular de cinco metros por diez u once de largo. Las estanterías, paralelas y en perfecta simetría. Los libros clasificados por temas, y a su vez por autores, y de segundas, por el color del lomo, todos verticales y ajustados en línea al canto de la balda, sin sobresalir sobre el volumen compañero. Quien los hubiera ordenado era una persona sistemática y meticulosa. Giré media vuelta y le observé cómo se preparaba una copa, cómo prendía la botella, la cubitera y el vaso, y las resituaba en la milimétrica y calcada posición que las encontró. Caso cerrado.
.
Ventura aparentaba unos cincuenta años, quizás alguno menos. Raspaba el metro ochenta y tantos de altura, de complexión atlética y de espaldas poderosas. El pelo azabache y espolvoreado de canas poco marcadas, cortito sin raya, despeinado a propósito. Barba de dos días. Mentón fuerte. Los rasgos apretados en una cara tensada de aristas y suavizados por una media sonrisa permanente, risueña. El timbre de su voz sonaba profundo, sereno y embriagador. Correcta dicción, conversación de hechizo y una capacidad envidiable para entablar confianza y proporcionar simpatía. Un hombre atractivo y seductor, a pesar de que, deliberadamente, no me regalara el tratamiento religioso.
.
- Si le interesa algún libro, por favor, cójalo cuando guste.
.
- Gracias. -Agradecí su bonhomía-. Tiene una biblioteca muy surtida. ¿Le apasiona algún tema en especial?
.
- ¡Todos y ninguno! Novela clásica, literatura contemporánea, filosofía, misterio, ciencia ficción, ensayos, ... . Una miscelánea sin pies ni cabeza.
.
- ¡Y bastantes libros sobre religión! Algunos con imprimatur y la mayoría de autores que nos sacuden patadas en el culo.
.
- No soy creyente, pero la religión me entusiasma como argumento. -Se encogió de hombros- ¿Qué movimiento a lo largo de la historia ha logrado reunir a tantos fanáticos y a la vez, a tantos detractores, ... , en suma, generar tanta polémica? Dentro de mil años, quizás resuelvan este dilema.
.
- Yo lo tengo bastante más fácil, Ventura. -Aduje con francachela-. La razón estriba en Dios.
.
- Por afectado y parcial ningún juez aceptaría su opinión. -Esbozó un guiño cordial-. ¡Y le noto demasiado cansado como para convencerme! -Dio unas caladas al puro-. ¿Le molesta el humo?
.
- No, al contrario, me agrada el olor del tabaco. En tiempos fumé. -El prior Apuleto resurgía en mi mente como una figura estantigua recordándome que el puro era vicio y no virtud-. Luego, lo dejé. ¡Hace ya muchos años!
.
- ¿Por salud?
.
- No. ¿Vale más vivir o fumar? Como vivir sin fumar no es vivir, más vale fumar muriendo. Una sentencia defensiva. -Rendí la cabeza con resignación-. Se lo prometí a cierta persona.
.
- Yo también debería imitarle. -No quiso escarbar en mi respuesta para no obligarme a confesarle que la promesa encubría un voto particular de sumisión-. De joven practiqué rugby en la facultad. Después cambie la vida saludable por la ponzoña del tabaco y en un pispás los músculos se me vaciaron de fuerzas y se me hincharon de toses. Últimamente surgen muchas cruzadas en nuestra contra.
.
- Gracias por alojarnos en su casa, Ventura.
.
- Agradézcaselo a la dueña, Carmelo.
.
- Perdone, le suponía propietario del molino.
.
- Lo he restaurado entero, pero pertenece a Meritoria. Me tiene conferidos poderes notariales absolutos para disponer y manejar sus bienes, pero no necesito papeles ni testamentos. -Zanjo la posibilidad de una malicia-. No me tome por el sobrino caradura que sablea las rentas y los dineros a la desvalida tía. En tiempos se empeñó en escriturar la propiedad a mi nombre, pero no se lo permití, no me pareció ético. Sólo nos tenemos la una al otro, por tanto, lo de ella recae en mi y viceversa. -La sonrisa se le transmutó en franca pesadumbre-. Preferiría que Meritoria viviera permanentemente aquí, en el molino. Se le ha metido en la cabezota que estorba y no hay quien la persuada de lo contrario. -Confraternizó con un gesto de impotencia-. No anda bien de salud y aquí permanecería sola la mayor parte del día. En la residencia está acompañada y vigilada. Su hermana la cuida mucho. Se han hecho muy amigas.
.
Meritoria y Ana andaban deshaciendo maletas en las habitaciones.
.
- Su tía está muy orgullosa del sobrino arquitecto
.
- Arquitecto del montón. -Admitió con modestia-. Realizó algún que otro proyecto a pie de obra, pero poquitos. Básicamente, viajo y reviso estudios técnicos que me llegan de medio mundo. Una ocupación rutinaria.
.
- Soñamos con consagrarnos como el médico que metaboliza la vacuna que cura todas las enfermedades del mundo, como el actor que interpreta la escena cumbre, como el abogado que prueba la inocencia del cliente con una labia ingeniosa, ...
.
- ... como el detective que esclarece el caso imposible, ...
.
- ¡Si, ... , como el detective que esclarece el caso imposible! -Repetí mientras recordaba el episodio de la mano sangrante-. Lamentablemente, nunca conseguimos convertir la ilusión en realidad, y por lo que me cuenta, los arquitectos se quejan de lo mismo.
.
- El sueldo crea hábito; el ocio, arte. -Se mostró trascendente-. En realidad, mi profesión también me proporciona grandes satisfacciones. -Expelió el humo que guardaba en las entrañas. La estancia se impregnó de un delicioso olor a tabaco-. Me ha comentado mi tía Meritoria que usted trabaja en la Congregación para la Causa de los Santos.
.
- Sí, como promotor de la justicia. Un cargo anodino y aburrido.
.
- ¿El abogado del diablo? -Preguntó y se respondió-. Algo he leído sobre el advocatus diaboli, el hacedor de santos (>Esc 05). Una labor excitante.
.
- ¡No, que va! -Evadí esa catalogación-. Una función meramente consultiva. Verifico los estudios de los relatores y los tramito al siguiente nivel.
.
- Se sobreentiende que siempre que lo estime oportuno.
.
- Valoro las conclusiones de los profesionales, Ventura. -Obvié su matización sarcástica-. La santificación y la beatificación competen en exclusiva al Pontífice, recomendado por los teólogos y los cardenales. Soy una pieza intermedia en el engranaje del expediente.
.
- Un erudito con todo lo relacionado con los milagros.
.
- ¡No, Dios bendito! El contacto diario con lo sobrenatural me permite especular, pero el erudito, además comprende, una distancia muy grande para hacerla mía. Soy psicólogo, no teólogo. Certifico que los hechos observados responden a unas características no comprensibles para nuestro saber actual. Usted que se declara no creyente quizás ignore las exigencias que solicita la Iglesia para diferenciar la patraña del milagro. El católico de a pie es más generoso en su postulación que la Congregación en su dictamen. Aunque le parezca una extraña incongruencia, nosotros les impedimos venerar aquello que paradójicamente, no podemos explicar.
.
-¿Cuántos se habrán beneficiado de la buena fe de la gente para utilizarla en su propio provecho?
.
- Para evitar ese abuso se instruye el proceso de canonización, Ventura. No se equivoque. -Atajé con contundencia-. El testimonio de cuatro supercheros no convierte a nadie en santo.
.
- Siempre que el suceso termine en el Vaticano. -Punteó el final del pensamiento-. Nunca podrán remediar que la fe popular camine por delante de ustedes y de sus formulismos institucionales.
.
Le observé detenidamente. Ansiaba introducir los hechos del santo local. Ana me hubo anticipado que a Meritoria le angustiaban las recientes apariciones, verdaderas o falsas, del santo Borón (>Esc 23). Ventura rotaba alrededor del tema sin atreverse a plantearlo. Le ayudaría.
.
- Parece ser que a Meritoria le preocupan unos supuestos prodigios ocurridos recientemente en este pueblo.
.
Empinó un sorbo de la copa, sin dejar de mirarme por el rabillo del ojo.
.
- Y el Vaticano acude solícito y presto.
.
- No, Ventura. Mi hermana se ha empeñado en acompañar a su tía, para cuidarla. -Aclaré serio-. No busque otras causas a nuestra visita.
.
- Mi tía se sugestiona fácilmente y se deja influenciar por las habladurías de cuatro chismosas que se aburren si no enredan a los demás. Se rumorea que san Borón se ha manifestado en la ermita a una camarera de la Virgen. Ridículo ¿Por qué los santos siempre se aparecen a las más cotillas?
.
- Será para que lo propaguen con mayor rapidez. -Bromeé con animo apacigudor- La gente no se deja embaucar por los chascarrillos de iluminados sin escrúpulos. El engaño se descubre sí mismo, ... , siempre que realmente lo sea.
.
Apagó el puro, enterrándolo entre los rescoldos del cenicero. Me miró, trocando su sonrisa risueña en mohín acre. En un instante se desvanecieron las virtudes de un perfecto anfitrión y surgieron, sin preaviso, los esbozos de la descortesía en su rostro.
.
- Yo me basto y me sobro para atender a mi tía. -De un trago bebió el sobrante que le restaba en la copa-. No me parece justo que malgasten sus vacaciones en un villorrio aburrido únicamente porque a Meritoria le aturden unas inexistentes apariciones. San Borón no se merece tanta abnegación. Hágame caso: descanse unos días, sin prisas, y lleve a su hermana a otro lugar más recomendable. Tómelo como consejo, Carmelo.
.
Me despedí alegando un repentino cansancio, y consternado, me retiré a la habitación. Algo le hubo molestado lo bastante como para, sin diplomacia alguna, proponernos que nos largáramos. Un algo vinculado con el santo Borón. Tal vez, le importunó que el objeto de nuestra presencia fuera cuidar a Meritoria. De ser así, entendía su reacción porque a mí me brotó un enojo parecido con respecto a la suficiencia que Meritoria demostró sobre Ana (>Esc 11). No le gustaba que su tía viviera en el asilo y nuestra llegada podía presumirse, hilando muy fino, como que desconfiábamos de su aptitud para atenderla. En definitiva, yo tampoco deseaba permanecer en Borondón más allá del fin de semana. Fuera cual fuese el origen de su súbita ciclotimia, comencé a barruntar posibles destinos para nuestras próximas vacaciones: Benidorm o Benidorm. Este año, de turno, elegía Ana.