ESCENA 36. El arquitecto deísta.

Tu acción es propia del diablo, porque no hay verdad en él; cuanto dice es falso testimonio, porque es el padre de la mentira, decía San Juan hacía dos mil años refiriéndose a mí.
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Tenía la conciencia manchada y la monda que la recubre escocida de su presión. Había suplantado a un santo, pecando de irreverencia y de soberbia Reflexioné. Sí, mi arrepentimiento era verdadero. Apunté la contrición para mi próxima confesión y deseé fervientemente recibir el sacramento de la penitencia para ajustar de nuevo, en paz con Dios.
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Meritoria y Ana tomaban café en la terraza trasera, al relente todavía agradable del día. Ventura subió de su estudio cuando el reloj marcaba las ocho de la tarde. Estiró los brazos, chasqueó las manos y me saludó. Se sirvió una copa y un puro. Lo olisqueó en su largura y sin saltarse ni una sola de las pautas de la liturgia, lo encendió, aspiró suavemente el humo y lo expelió por la estancia.
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- Me duelen las cervicales, Carmelo. -Movió el cuello en todas las direcciones-. ¡El maldito ordenador! Hoy todo se diseña informáticamente. A no mucho tardar, los arquitectos no sabremos cómo se utilizan un compás o un cartabón. -Asentí ajeno a las computadoras y su revolución, encarcelado en mi mundo de fingimientos y engaños-. Dentro de poco ustedes lo aplicaran también a la cosa religiosa.
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- Esta tarde he subido a la fortaleza, Ventura.
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Se sentó a mi lado.
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- ¿Le ha gustado?
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- El conjunto rezuma misterio y produce fascinación. Supongo que se sienten orgullosos ...
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- ¿De una ruinas que se caen? -Protestó-. El castillo tuvo su máximo esplendor en tiempos pasados, Carmelo. Hoy en día, a ninguna institución le interesa devolverle su encanto.
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- ¡Se ha restaurado la ermita!
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- Sí, toda. -Se distrajo observando como una fumarola jugueteaba con las vigas de madera del techo-. ¡No ha quedado mal!
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- ¿Mal? -Me extrañó su desmérito-. ¡Yo lo calificaría de obra de arte!
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- El original se conservaba en buen estado.
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Sospeché que no le apetecía reconocer que el autor de la remodelación, fuera quien fuese el fulano y de seguro un competidor de profesión, había trabajado con maestría, quizás superando la que yo presumía a Ventura.
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- Se podría reconstruir la fortaleza. ¡Muchas partes están aún en pie!
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- ¿Y quién aportaría el dineral necesario? -Suspiró desencantado-. Las obras civiles no pueden competir con las religiosas. Entre honrar a lo divino o a lo humano, nadie duda. Dios es eterno y lo pagano, efímero. Dios salva el alma, la laicidad, no. -Me miró concluyente-. Inmensa diferencia.
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-¿Usted es ateo?
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- ¿Ateo? No, que va. El ateo no se plantea la transcendencia o la eternidad. Dios simplemente no existe.
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- Define al tipo pragmático.
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- El militante viviría una especie de compromiso contra Dios: no desea que Dios exista. Frio, frio.
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- Quizás le casa más el afirmar que la existencia de Dios no se puede demostrar, pero tampoco negar.
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- ¡El agnosticismo! Mucha gente se apunta hoy a esta tendencia.
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- La moda también influye en las creencias.
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- En mi caso, no. -Aspiró una calada a modo de interludio-. Tengo cientos de libros sobre religión, a favor y en contra. Los leí todos. Y llegué a la conclusión de que me había gastado mucho dinero en libros sobre religión y que no obtuve conclusión alguna que no hubiera logrado sin haberme gastado mucho dinero en libros sobre religión. Un día, los coloqué todos en los estantes, los ordené por colores y tamaños y los cerré para no volverlos a abrir jamás. –Señaló la biblioteca como testigo-. Resulta paradójico, Carmelo. Ni ustedes ni sus contrarios nos han animado nunca a pensar por nosotros mismos. Unos y otros se han empeñado en evangelizarnos, ... , ustedes incluso empleando la fuerza.
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- Lastramos la intolerancia medieval y parece que para muchos siempre llevaremos esa cruz a cuestas.
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- La inquisición les legó una leyenda negra, pero también apogeo. ¡No la juzgue tan drásticamente! Toda organización esconde un tribunal de miserias en sus cloacas. ¡Asuman lo que cometieron! Agua pasada. Pero no me refiero al tormento físico, sino a otro tipo de método persuasivo más sutil: la falta de autoestima, el analfabetismo funcional, la incultura en su estado más puro. Esa es su gran baza, su apuesta. ¡El temor a contrariar a Dios! Antaño convencían a golpes; hoy rascando en los terrores que nos atenazan. Esa miseria y no la inquisición, les endeuda con el mundo.
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- Sectarismo puro, Ventura. Sólo los imbéciles creen en la Iglesia mientras que los inteligentes rehúyen de ella. No hemos captado a ninguno con nuestros argumentos, sino alimentándoles de ignorancia. No critique nuestra intransigencia con acomodos retóricos que esconden palo de déspota. -Le observé con detenimiento mientras sorbía un trago-. Si admite que ni es creyente, ni ateo, ni agnóstico, sólo me cuadra que usted sea deísta.
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- Dios como energía, Dios cosmos e infinito, pero indiferente y ajeno al hombre. Toda conducta se corresponde a lo que concita la circunstancia moral y la ley natural. Así de escueto, sin complicaciones.
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- El deísmo es la apostasía más incisiva con la Iglesia.
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- El ateo considera que de una mentira, Dios, surge una mentira, la religión. El agnóstico considera que de una duda, Dios, surge una mentira, la religión. El deísmo considera que de una verdad, Dios, surge una mentira, la religión, ...
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- ... por lo tanto centra su censura en la religión y por extensión en la Iglesia a la que culpa de beneficiarse deliberada que no equivocadamente de un principio universal. -Hinqué mis ojos en los suyos-. Para usted, somos los malos de la película.
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- Dejémoslo en empate, Carmelo. -Proponía una tregua que me sentí en la obligación de ofrecerle-. Andábamos creo, en la ermita.
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Sí. Forcé un candado. Me introduje en el interior como un polizonte, recé, penetró Cándida, me escondí detrás del confesionario, ella sufrió un ataque de meteorismo, yo de vergüenza ajena, ... ¡y el santo volvió a prodigarse! No se lo contaría. Ventura era tanto hospitalario como fatal cristiano. Y por cautela no me parecía prudente confesarle los hechos sin responsabilizarme de la publicidad hostil que bien pudiera hacer de ellos.
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- Me sedujo.
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Apuró el veguero y corrigió su incómodo reposo. Me miró y tuve la sensación de que sus ojos desbordaban como un torrente.
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- ¿Qué le sedujo tanto?
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- El presentimiento de que Dios intermedió en su construcción.
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- Cuánto lo dudo, Carmelo. -Dibujó una risotada-. Maese Durán (>Esc 35) era judío, borrachuzo y mujeriego, todo aquello pernicioso que un auténtico creyente combate.
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- El espíritu, las fauces y el sexo pertenecerían al demonio, pero me apuesto que en sus manos, Dios insufló gracia.
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Sonó el timbre de la calle. Una, dos veces. Ventura fue a abrir. Regresó escoltando al padre Crispín, éste nervioso y disciplinado.
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- Lamento molestarles. -Se disculpó el sacerdote-. Deseo hablar con usted, padre Carmelo, pero si no le parece el momento oportuno, ...
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- No interrumpe nada, padre Crispín.
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Ventura se excusó a buscar leña para encender la chimenea, alegando que la noche estaba refrescando.
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- Realmente quería hacerle una consulta profesional.
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- Si en algo puedo ayudarle.
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Ventura retornó con unos maderos y con yesca. Me centré en el cura, acomodándose turbado frente a mí, frotándose las manos y denegando una copa que Ventura le brindaba. El párroco preguntó sin preámbulos.
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- ¿Los santos se aparecen realmente?
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- Entre otros atributos, se les presume esa capacidad sobrenatural, padre Crispín.
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- Ya, pero, ... , ¿se manifiestan así, por las buenas?
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Necesitaba una respuesta apodíctica y la doctrina no se la daba. Yo tampoco le contestaría categóricamente sin conocer antes sus motivos.
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- He oído comentarios sobre las supuestas apariciones prodigiosas del santo local. -Introduje el tema para romper sus reticencias-. ¿Guarda alguna relación su pregunta con estos sucesos?
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- El santo Borón se ha aparecido. -Sudaba y las gafas se le deslizaban por la nariz-. Y me temo que su próxima venida va a causar muerte y destrucción.

----- (Continua en escena 37) -----