ESCENA 09. El inventario de las ofrendas.

----- (Continuación de escena 08) -----
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El aparato permanecía iluminado, como un fisgón impertinente que te vigila y te investiga. La madre Severa se acercó y lo apagó sin miramientos.

- No lo ha guardado en el disco duro. -Chinché con ironía-. Y tampoco ha grabado la copia de seguridad.

- No. -Sonrió vencida-. Sólo sé apretar este botón para enchufarlo y para desenchufarlo. ¡Nada más! A veces, padre Carmelo, pienso que mi mundo está en las misiones. Más le valdría a la Orden trasladarme a África, a Asia, que sé yo, a lugares donde no dispongan de luz eléctrica, ni de agua por tuberías, sin comodidades palaciegas, y por supuesto, sin computadoras -Suspiró melancólica-. Tal vez no ande muy desencaminada y alguien más sopese esa posibilidad.

- Usted es insustituible, madre Severa.

- En este convento nunca ha existido el puesto de vicesuperiora, Carmelo. -Negó vehementemente con la cabeza-. La hermana Perfecta llegó recomendada por la Ministra General y por el obispo diocesano. Me mandaron que la instruyera debidamente en las funciones propias del cargo abacial. Me van a relevar, padre, por mucho que me ofenda. -Sujetó una pausa-. Reconozco que se desenvuelve mejor que yo con estas modernidades. Me cuesta asumir que sólo la aventajo en habilidades en desuso que no sirven para nada.

- Tal vez hayan pensado en usted para ocupar un destino de mayor relevancia.

Dos lágrimas se deslizaron por su mejilla. Era la primera vez que veía llorar a la madre Severa. Y sentí que sus lágrimas me escocían. Le ofrecí mi brazo en su hombro, como apoyo.

- Mi vida es un cúmulo de recuerdos que a nadie interesa. -Se secó la humedad con la bocamanga del hábito-. La experiencia ya no se valora. ¡Este, este endiablado chisme, -señaló al ordenador como si quisiera fagocitarlo-, dice quien es apto y quien incompetente! Y yo sólo sé enchufarlo y desenchufarlo.

- Su sabiduría no se enseña en las academias, madre. -Traté de animarla-. Tranquilícese.

- Los jóvenes nos apabullan y nos apartan, a veces tan lejos, que ni con miguitas de pan logramos encontrar el camino de regreso. Copias de seguridad para que no se malinterprete la miseria, discos duros para que los analistas contabilicen la caridad, la tasen en balances, la auditen en cuentas de pérdidas y ganancias. ¿Cuándo hemos tenido ganancias los franciscanos?

Un taranteo en la puerta nos interrumpió. La abadesa dio su permiso y de seguido, asomó por el quicio la cabeza negra de una hermana negra de raza.

- Han traído las flores, madre Severa.

- Hermana, deme el recibí para que firme la conformidad. -Repasó el pedido-. ¡Dios santo, casi sesenta euros! ¡Qué le vamos a hacer! La honra a Dios no se mide por el total de la factura. Abra el portón y déjelas en la capilla. Hoy las colocaré yo misma. -La monja desapareció mientras la abadesa enjalbegaba sus miedos-. Acuden a cuentagotas al convento, tan pocas que las importamos de Latinoamérica, de Africa, de Asia, ... . Cuidado y no se atreva con lecturas raciales, que Dios no entiende de fronteras. Esta tierra ya no produce vocación y las que sienten la llamada del Señor, también se dejan seducir por los estudios y por la preparación, por la música, por la ecología, y por las experiencias amorosas. Ya no precisan jurar unos votos para alcanzar un ideal de vida espiritual y piadoso. Las organizaciones de ayuda laica les ofrecen lo mismo y a media jornada, sin contrapartidas asfixiantes, compaginándolo con conocimientos que nosotras no aprendimos, sólamente caridad y oraciones, y las que destacamos, leer y escribir. Ahora servimos únicamente para apretar el interruptor de un cachivache ...

- ... y refunfuñar.
-Reiteré mi mano sobre su hombro y le indique el ordenador-. Las complicaciones nunca han conseguido vencerla, madre. Siempre se ha superado a sí misma. Estos trastos no levantan asilos, no socorren enfermos, no conducen por el camino correcto y moral a las monjas. Son un instrumento, complicado, pero sólo una máquina. Su cabeza vale más que cualquier aparato de éstos.

- Sobre discos duros y copias de seguridad, no dicen nada los libros santos de la iglesia.

Como un fogonazo, avino el recuerdo de fray Cuco y sus disputas con la lavadora, los programas, temperaturas y calidades de los sintéticos (>Esc 04). Los franciscanos sufrimos a través de la historia infinidad de persecuciones, escisiones, descalificaciones y arrestos jerárquicos, y ahora estábamos a punto de claudicar ante la técnica y sus zancadillas.

- Tal vez algún apócrifo ...

- ¡Padre Carmelo, siempre tan frívolo! -Por un momento supuse que la risa tímida de la abadesa indicaba optimismo-. Los ordenadores no solucionan problemas: los crean. Te recuerdan trabajos que ni por asomo te planteas. Te conectan, te remiten un comunicado desde el obispado al que acusas recibo, te citan a su venia, o se invitan a que los hospedes. Ya no se usa la palabra, sólo esos signos fluorescentes que parecen letras y que en realidad son señales del apocalipsis. ¿Cree que exagero? Su eminencia nos encargó que le facilitáramos un inventario tasado de las ofrendas que se custodian en este convento. ¿Piensa que me llamó? No. Me puso un imel, inel, emil o como se nombre ese dichoso término y apareció el mensaje por el correo electrónico. ¡Dios, si hasta los buzones se han informatizado!

- ¿Un inventario tasado de las ofrendas de este convento?
-Repetí para confirmar que hube escuchado correctamente.

- Sí, incluyendo las reliquias y los exvotos. -Adiviné un conato de rebeldía en la abadesa-. ¡Patético! Ya le hemos entregado otros: de los bienes muebles de la Congregación, de maquinaria y material de oficina, de imaginería, pinacoteca y tapices, hasta uno de la ropa de cama y mesa, … , no sé cuántos inventarios. ¡Y ahora, uno de las ofrendas del convento! El obispo dice que es cosa del Nuncio, que se ha concertado un acuerdo nacional con la Dirección General de Bellas Artes para clasificar todos los bienes de la Iglesia. Pretenden listar y cuantificar hasta las oraciones.

- Comparto que ciertas piezas se cataloguen, pero, ¿ponerlas precio? ¿Cuánto vale el cuerpo incorrupto de un santo? ¿Y los clavos de la Cruz? ¿O la pierna de madera de un intercedido?

- Están fotografiando todas las de un determinado valor, para completar un archivo gráfico y con ello evitar expolios en las iglesias, que parece ser que entre sinvergüenzas de dentro y sinvergüenzas de fuera, ... -Movió los dedos de la mano derecha representando la inequívoca señal del hurto-. Aunque de esto último, no me haga mucho caso, porque hablo de oídas.

Ella de rumores, yo de certezas. Demasiado esquinado en la memoria para retrotraerlo sin tergiversar. Hacía unos dieciocho años. Convento de franciscanas. Sinvergüenzas de dentro y sinvergüenzas de fuera robaron tallas y pinturas religiosas. El hermano Apuleto y yo de comparsa en auxilio del arzobispado de Zaragoza en litigio con las compañías de seguros. Regresamos peor que fuimos, la ira recomiéndonos las entrañas, cargados de enojo y faltos de culpables, por lo menos, de pruebas que los incriminaran (>Esc 04). La superiora, inocente como ramo de mirto, sufrió las consecuencias acusada de incumplir las normas de tutela. La trasladaron, a saber dónde y por qué motivo.

- Y usted, abadesa, -reconduje la conversación hacia la iniciativa episcopal-, ¿qué opina?

- ¿Puedo confiar en su discreción?

- Me ofende su duda.

- El obispo Juan Matamoros envidia a otras provincias eclesiásticas que son más ricas artísticamente que la nuestra. Ahora quiere trasladar el museo diocesano a un nuevo edificio, mucho más amplio que el actual. Y necesita reunir cientos de obras religiosas, las más destacables de su jurisdicción. A principios del año pasado, monseñor nos congregó a los superiores religiosos en un sínodo, para explicarnos sus intenciones. Hubo muchas discusiones y enfrentamientos, incluso yo, y que Dios me perdone, me rebelé contra su plan. -Se santiguó en un acto reflejo-. Ahora me arrepiento, pero entonces, en el arrebato, le contesté que me opondría y le amenacé que si insistía, quemaría las reliquias y los presentes de los fieles antes que permitir la incautación.

- No es juicioso llevar públicamente la contraria a Su Ilustrísima.

- ¡Desde luego que no! Al de poco llegó la hermana Perfecta. Es fácil establecer causa y efecto. -Enjarretó las manos sobre la trasera y se dirigió al ventanal, a sembrar de barruntos el silencio del claustro-. El próximo miércoles vendrá el obispo al convento, supongo que a notificarme el cese. Nada le impedirá trasladar las piezas a su museo diocesano.

- Tendrá que quemarlas en una pira.

- ¡Antes las robaría y las ocultaría debajo de mi cama! Las amo demasiado como para convertirlas en cenizas. Las ofrendas complementan la presencia de quien las tuvo en vida. Nadie las donó para ser admiradas en un museo. -Negó con la cabeza mientras desandaba hacia mi lado-. Quien así piensa, actúa como un necio. -Suspiró como punto y final de su acibarada confesión-. Como le dije, más preocupaciones añadidas.

----- (Continua en escena 10) -----